El paso por la capital carioca fue fugaz.
Ary decidió volver a Buenos Aires por motivos personales.
Wilson, Carina & yo compramos un pasaje a Vitoria, capital del estado de Espíritu Santo, y, como teníamos un par de horas libres hasta la salida del micro, salimos a procurar un lugar relativamente barato donde alimentarnos.
Desde la puerta de la terminal tuvimos la ¿bendición? de contemplar, a cientos de metros, una de las Siete Maravillas del Mundo. Desde las alturas, el Cristo Redentor, ícono ineludible de Brasil, contempando y abrazándolo todo a sus pies, desde las favelas hasta Ipanema y Copacabana.
Almorzamos en un comedor de trabajadores
y gente común, donde el plato del día costaba 13 reales. La opción de sacar la carne del plato (dejando el arroz, el feijao y las verduras) no disminuía el elevado precio, por lo que me la reemplazaron por un huevo frito. (Intento de mantener, en lo posible, el vegetarianismo).
Las calles aledañas a la terminal de ómnibus tenían un gran parecido con las de Constitución, incluyendo la polución sonora, la suciedad y el sinfín de niños pidiendo monedas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario